sábado, 4 de octubre de 2008

ESTRUCTURA ÉTICA DE CRUZ LATINA (o el nacimiento de una región)

Podía desenvolverme con la libertad que sentíamos los ateos católicos, la misma libertad que jugar atrevidamente a los ocho años o competir en decathlon playero conscientes de los padres protectores, condescendientes con nuestras derrotas y triunfos etéreos por la crónica de ambas risas de las niñas. Padres y sombrilla, sobre todo la pérgola, dispuestos a acoger depresiones y dolor. La sociedad católica española del último tercio del siglo XX me proporcionó la bendición de sentirme abovedado. Cuando, amenazado por los canis, las notas de Económicas, los amores despiadados y cualquier otra inflexión del carácter en formación, atravesaba la puerta de una iglesia sevillana... conseguía rogar sin rezar, crecer sin creer, pacíficas las asimilaciones del temor y amar sin querer. Fortalecidos mis códigos como durante la misa del gallo que consagraba nuestro botellón en sus puertas, en la Plaza del Buen Suceso, entiéndase la tautología (váyase también al Minibar chico), o detrás de San Isidoro, sintiéndonos seguidores en cierta esencia de esa ciencia.
La otra mejilla sonrosada será besada por fin con frecuencia, pensaba de las extranjeras en una primera emoción. Las reservas que al principio les sugería la Espiritual de Europa apenas resistían dos montaditos de carne mechada, jamón, ventresca o lomo al jerez con su Cruzcampo, y un leve cruce filosófico y seductor con mis amigos más tolerantes al alcohol. La Reserva Espirituosa de Europa también era competente en materia artística y social: noble trascendencia para nuestras vidas conquistadoras.