viernes, 2 de enero de 2009

HOMENAJE A MAMÁ

Las paredes blancas eran más grises y más grandes porque había menos construido, y los paredes blanquiazules se ensuciaban al volver a casa. Nos esperaba una tele nueva pero, como todo lo que esta familia ha querido estrenar alegremente, tuvimos que descambiarla y dejar que la euforia diera paso a la concentración (por evitar un segundo timo). "España está llorando", dije una noche poseído por la fiebre y el dolor.
Una vez me cagué en el colegio. Yo ya tenía experiencia en mearme, pelearme (posiblemente por desmentir alguna meada), perderme, caerme, proveer de papel higiénico a un amigo que llevaba una hora en el servicio, vomitar (aunque en una ocasión me adjudiqué una falsa vomitona para ocultar una meada, y de ahí una pelea con varios incrédulos); ya sabía lo que era no poder hablar de pena al volver casa. De cualquier forma, aquel episodio vespertino superó a todos. Nadie se dio cuenta, ni siquiera mis hermanos mayores en quince minutos de regreso, contuve el llanto y más cosas (porque todavía quedaba más), y sólo cuando vi a mi madre en el salón me confesé por gestos. Moví la pierna izquierda adelante y atrás como si estuviera silbando. Llevaba puesto el uniforme de la selección, pero el que se tratara de mi pierna mala eliminaba toda relación con el fútbol. Dirigí la mano a la barriga y una mirada trágica a mamá. Me comprendió enseguida, empezó a darme besos en los mofletes a todo volumen y rompí a llorar casi sin oxígeno, ni fuerza, mientras me llevaba al cuarto de baño agarrando lentamente mi chaleco de carne.