lunes, 9 de febrero de 2009

UNA VEZ TUVISTE UN BARCO

Insististe en acercarnos a ese espigón que tanto te gustaba y yo temía. Mis temores se hicieron realidad. Nada más llegar, vi entre las rocas algo que se movía ("buenas tardes") y se volvía a esconder. Y me arrastraste hasta donde terminaba el espigón. No podía dejar de pensar en el desenlace de esa película y tampoco podía evitar verme contigo desde la playa en legendaria diagonal. Al final había un faro que no pasaba de semáforo. Sin darme cuenta, acabé tirando piedras al mar como si tuviera un jersey amarillo a la espalda. Interrumpí en seco el juego ajeno. Pero lo cierto es que tampoco era consciente del paso de las horas, besos y mareas porque sólo sabía pensar en el paso de los años, así que retomé mis intentos por hacer saltar las piedras de ola en ola, mientras tú me puntuabas generosamente.