sábado, 4 de abril de 2009

MUCHAS HORAS FUERA DE CASA

Más adelante supe que nos encontramos un balón en plena madrugada, y en plena calle jugamos al fútbol, que yo te regateaba como quería, que me diste una patada en la espinilla, que te movías con esa idílica premiosidad que tenéis las chicas ante un esférico. Al cabo de dos días supe que en plena borrachera pensé en aquel corto francés de una pareja que juega al fútbol en un parque (y ella casi embarca el balón entre las ramas de un árbol), también recordé que te caíste de culo y que te levanté y que seguimos jugando hasta que alguien, desde una ventana, señaló el final del partido. Te abrazaste a mí, te curé el golpe.
Al parecer esa noche te habías enfadado con tu prima, y a partir de ahí te acomodaste en mi ralentizado concepto de la diversión, el resultado quizás de esta sensiblera ingestión de alcohol a la que estoy abocado. Ahora recuerdo que antes de ceder al melancohólico sentido de mi expresión (de palabra y de rostro) me lo recriminaste con dulzura ("¡Qué cara tienes!"), y entretanto, entre tantos ojos, creo que aceptaste mi teoría de la noche: ni escribir como pensamos ni escribir como hablamos, escribir como se piensa cuando se habla.