sábado, 6 de junio de 2009

EPÍGONO

Con la humedad por los suelos y el frío acelerando el pulso ocurría que todo lo que dijera un hombre rejuvenecido por depender de sus padres se grababa en el vaho de su flamante teoría, y a lo mejor entre el vapor de los perfumes femeninos, y así también en la conclusión de la noche... La importancia de la voz y el volumen de las palabras son impropios de la improductividad a la que me he consagrado. La inmortalidad, como todos los superpoderes, tenía la edad de mis huesos, y por eso que crecí más, mucho más, y por eso la superficialidad y la supervivencia, y por eso la superación y los sobreentendidos. Bajo una mesa virtual de conversaciones alentadas por el alcohol, coincidir o fugarse con una joven en el aprovisionamiento podía llegar a ser, a esos centímetros del suelo, todo el paso del tiempo y las expresiones que nos delatan (y nos atan), como también me delataba mi versión excéntrica de cubata y a ella las pausas rellenas de ron.