viernes, 6 de noviembre de 2009

SILENCIO EN EL AMOR

He recordado mi habitación celda como pieza esencial del pensamiento orbital, de la desesperación aguda, del humor ácido blanco (del humor ajoblanco, si ocurría durante la siesta más calurosa aquel fenómeno de entreabrir los ojos hacia la ventana y musitar un aforismo irónico). Han desplazado mis labios y han refrescado el cielo de la boca ciertas frases no pronunciadas, después me han causado en el pómulo derecho un tic a modo de fibrilación gestual emotiva. La trascendencia respirable de esos modernos rectificados en el transcurso de una confesión denotaría, la última semana, la proximidad del mar y el pico más alto de la Península y la inminencia de una vuelta al pasado filobritánico evidentemente. Unos errores más adelante, los campos más antiguos de nuestra tierra servirían de reencuentro con la pasión cegadora por la hogareña poesía rota, entrega por este amor de antimateria. He recordado mi ventana autobiográfica y he reinventado la cara triste de la lunática chica que lo comprendía todo al revés.