martes, 22 de diciembre de 2015

DE LA CONDENSACIÓN FRÍA

Guardé sus cartas a Londres (si no las últimas, las penúltimas cartas de España escritas por chica joven). Allí primero olía a caja de herramientas, después y para siempre a musgo ahumado. Y sí, su letra era decidida, casi arrebatada, y la mía superestudiada, mi otro lenguaje susurrante. Y musgo salado a la hora de comer rayos tangenciales de luz, reflexiones débiles de la luz más ojos cansados más senos al alba. Así pues, baked beans más pan de molde tostado era igual a otra muesca en la respiración del resto de mis días.
La luz era un rumor, una relación futura, una ruptura irreal. Y en incesante consecuencia, el susurrante sol, escrutable de tú a tú, me reiniciaba sin brillo en el pálpito redentor. Agujetas pensando por uno mismo y nuca jamás asimilada marcando el momento de perder otra noche, y como no, volver a tumbar las temperaturas de tanta... tanta invocación.