sábado, 6 de enero de 2018

LOS AMORTALES

La persona que más se ha metido conmigo en toda la historia (mi hermano mediano) estaba agotado. Mi cuñada era testigo de ese canto (no exactamente "Desencanto") con el que desaturaba la vida soñada en tarde ojerosa, noche ácida y mañana de ayer. Cesaba la música, y cada vez más temprano, ante lo que parecía ser un átono paisaje de fondo de escritorio. Demasiadas pantallas. Y por cierto, hacía tiempo que yo quería rasgar mi película y, cegado por ese haz, pedirles perdón por mis actitudes más ansiosas de años atrás (mucho alcohol en los sangrados de aquellas páginas).
Ella lo ve todo. Ve que el agotamiento de mi hermano hunde su calzado casual en el caótico lodazal de nuestras verdades infantiles. A pesar de la emoción que pide de beber, la ironía desala en pocos minutos el mar interior de la familia. Y eso significa, entre otras cosas, que las potables convenciones de las miradas esquivas actúan equiparando y resumiendo las vidas. Pero frente a eso, frente a los adjetivos de los demás, encontrar una abreviatura de inmortalidad era la causa vital de ambos ella y él. Tocar el pelo, aferrarse a la poesía.
Compran libros juntos, interpretan con ternura el final que se ve venir.