miércoles, 29 de julio de 2009

ILUSIONES DEL DOLOR

Tú has vivido horas demasiado intensas como para ser sensible hoy a todas las cosas que quiero de ti. Pero conflictivamente empiezas a imaginarme a distancia (también de la realidad), en un tiempo más denso y rodeado de vida. Le pido a lo que me queda por recorrer cierto parecido al guión cerrado que te gustó entre Trintignant y Anouk Aimée. Ese destino fugazmente expresado en Monastiraki, la cara nueva que me pusiste aquella última noche, la cara externa y vulnerable de una cristalina pérdida de vigilancia. Frágil, por eso duró tan poco.
Has extendido tu vida hasta toda otra vida. Otro contenido para mi pensamiento de siempre sobre el verano antes de la muerte, al margen de estaciones y críticas, el mismo lugar en ochenta años y una cara que no pude olvidar. No sé cómo puedo creer que todavía es posible, ¿por qué ibas a coincidir conmigo en eso? Soy un optimista pésimo. ¿De dónde viene el prestigio de la negativa y la decisión fría? Del aplauso del graderío cuando es indiferente a lo que hay en juego. Es tu cariño lo que no deberías desacreditar. Quiero algo dentro de ti que me lleva a esa confianza de las diez de la mañana, algo por aparecer que te podría acercar a mí, quizás una edad de veintitrés o veinticuatro años, un futuro en el que abrazarse. Hago tuya mi evolución íntima. Todo esto te asusta. Lo siento.
(España, 2003).