sábado, 17 de octubre de 2020

NUESTRO AMIGO ANTONIO

(Más palangana no lo hay, pero los códigos en los que se mueve su condición son fieles a su historia. Respeto. Una llamada de cuando en cuando me da pereza, pero no me avergüenza publicar en Internet un homenaje descarnado para siempre. Incomprensible).

Cuentan las niñas antiguas (hasta aquí la concesión) del San Francisco de Paula que las acciones de Antonio en los recreos transitaban de la bondad a la maldad y de nuevo a la bondad de manera memorable. Y en la bondad otra vez la chispa (hasta aquí el Aleph de tu infancia).

La vida que hay dentro de una expresión marcada de anhelo rotundo y la poliédrica Transición Española en Sevilla. (Imagino ese escenario y me prodigo en silencios y en reverencias a un amigo en herencia). Mi hermano y Antonio convenciendo con su pesimismo soñador a unas pocas cabezas que se giran. Se cierra el telón y finaliza el botellón. 

(Este es un texto comentado. Pero el paréntesis que antecede al final es sólo para tomarme una cerveza, solo una, y pensar en la espesa imagen redentora de una biografía no autorizada. No hizo falta una pandemia para decir adiós desde antes, mucho antes, al mundo de los bares. Cuando todo esto era campo de gestas y gestos de gasto medio. Ya no sé beber cerveza si no es de espaldas a un mundo sin bares).

No hablamos los unos con los otros, los otrora nosotros. Intuimos angustias por doquier y despertamos los sábados como niños recordando sueños trágicos de pérdidas en la distancia. No reconocemos ya las palabras que hacían envejecer con fantasía. No es tiempo para el arte, no para el inmortal. Y en Antonio otra vez la infancia y la juventud.