domingo, 6 de septiembre de 2009

EL PREGÓN DESTROYER

El niño se adentra en la calle Enamorados pensando en Gloria y en cómo desde una broma de su pandilla se ha trazado una leyenda retroactiva de dimensión supermorena. Cuando vuelve de Campoalto por la A-49 la imagina recostada en los asientos traseros de los coches adelantados, visualiza coletas y ojos rasgados con una facilidad propia de un cineasta cuarentón castellano. Todavía pervive en su entregado córtex la imagen de Gloria superando la pequeña duna que separaba la playa del cruce de carreteras, y la gigantesca velocidad con la que se sentía superior a toda la media onubense ignorante e insensible. La broma empezó el día en que la clase de quinto entró en la clase de sexto mostrando sus manualidades de plastilina y flores de papel. La caseta más bonita era la de Gloria, pero esa era una aseveración que el ligerísimo temblor de la vocal “e” elevaría al cabezo de las declaraciones de amor. Y después, lejos de la ciudad, el pequeño recordaba los balones embarcados de reglamento y los graderíos taurinos que dejaba en evidencia el centro territorial de tve, con tal de huir del peso glorificado de la omisión y la carencia de caricias. Lejos de la ciudad y lejos de la realización.