sábado, 17 de octubre de 2020

NUESTRO AMIGO ANTONIO

(Más palangana no lo hay, pero los códigos en los que se mueve su condición son fieles a su historia. Respeto. Una llamada de cuando en cuando me da pereza, pero no me avergüenza publicar en Internet un homenaje descarnado para siempre. Incomprensible).

Cuentan las niñas antiguas (hasta aquí la concesión) del San Francisco de Paula que las acciones de Antonio en los recreos transitaban de la bondad a la maldad y de nuevo a la bondad de manera memorable. Y en la bondad otra vez la chispa (hasta aquí el Aleph de tu infancia).

La vida que hay dentro de una expresión marcada de anhelo rotundo y la poliédrica Transición Española en Sevilla. (Imagino ese escenario y me prodigo en silencios y en reverencias a un amigo en herencia). Mi hermano y Antonio convenciendo con su pesimismo soñador a unas pocas cabezas que se giran. Se cierra el telón y finaliza el botellón. 

(Este es un texto comentado. Pero el paréntesis que antecede al final es sólo para tomarme una cerveza, solo una, y pensar en la espesa imagen redentora de una biografía no autorizada. No hizo falta una pandemia para decir adiós desde antes, mucho antes, al mundo de los bares. Cuando todo esto era campo de gestas y gestos de gasto medio. Ya no sé beber cerveza si no es de espaldas a un mundo sin bares).

No hablamos los unos con los otros, los otrora nosotros. Intuimos angustias por doquier y despertamos los sábados como niños recordando sueños trágicos de pérdidas en la distancia. No reconocemos ya las palabras que hacían envejecer con fantasía. No es tiempo para el arte, no para el inmortal. Y en Antonio otra vez la infancia y la juventud. 

domingo, 28 de junio de 2020

SEVILLA 1986

Comprar entradas en el Bar Cobos, atravesar un muro y cruzar una vía de tren como el que cruza un semáforo, buscar la buena senda sin vida de un descampado, robar oxígeno pobre a un cielo mudo y ahumado.

sábado, 21 de marzo de 2020

EN LOS CONFINES DE LA SAGA

"Nunca pasa nada", solía sentenciar mi hermano Rafa cambiando de canal cuando las conjeturas temibles de un telediario finisecular.
"Nunca pasa nada" también servía para apagar las pocas ilusiones post-expo que un mozo sevillano con los huevos negros se podía permitir entre un nuevo suspenso y un nuevo rechazo. Barriladas aparte, hacer cosas fuera de lo previsible era una pulsión que se venía cociendo en las mañanas de exámenes y renuncias y en los veranos que no pisábamos la playa. Así se armaba de almas errantes la supernova mediana que, desde Londres, cegaría para siempre nuestras vidas silenciosas. No sólo allí, también en los inverosímiles actos televisados de terrorismo internacional, comenzó a fraguar la sensación de que ya jamás habría nada que dejaría de pasar. Agitación y exposición a la incertidumbre, resacas imperiales y presumibles ciáticas siguieron marcando un siglo que corría a la velocidad de Odonkor (y con su misma imprecisión). Años rogando miserablemente por un cataclismo que me liberase de obligaciones asfixiantes, ese era el domingo. Años entrenando del salón a la cocina, gozoso en la reclusión, para el "Siempre pasa todo".