sábado, 26 de noviembre de 2016

ENTREGADO A LA PROVIDENCIA

Todas estas evidencias son inexistentes para ella. Todos los cafés que me preparo tienen una parte buena, una niebla reminiscente, recién hecha y clarividente; y una parte mala, el stock cancerígeno y refrigerado que también debo asumir. Cuando una cafetera italiana de mediana capacidad aromatiza una filosofía de vida, entonces, entonces han pasado veinte años. Adjetivar mi dimisión no me hizo más civilizado, el amor pronominal y la metametáfora tenían los sueños contados, todos estos sueños no confesados. No quería escribir aquí su nombre y apellidos como un alumno del Funcadia, y sí hibernar en la noche de siempre como un maestro del Funclub. Callar un poema con eco del océano recurrente, interpretar caritas amarillas de las que salen corazones a través del método científico. Y tengo la corazonada de que todas las cafeterías que he señalado en un mapa tienen motivos inesperados para escribir sobre la más concreta y corporal ella, pero no será hoy, hoy es sábado aún de adjetivos y ternura codificada.

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