jueves, 9 de octubre de 2008

BETIS-CHELSEA

Tuvo que ser alrededor de la primavera de aquel Betis cuando comenzaron los desfiles de frases lapidarias. Mi nuevo amigo Alberto era seguramente el camarero del bar donde yo pretendí de forma notable a mi buena amiga NOMBRE OMITIDO aquella tarde grandilocuente en lo que a vino de pitarra se refiere. ¡Yo la quería! Conozco mi actuación de rebotar por el bar señalando una mancha de vino que había en mi camiseta al anuncio de This is blood, haber conversado con un hispano-inglés de corte grutesco (se aceptan lecturas rápidas) y amigos pendencieros (también de orejas para afuera).
Y yo hacía toda mi performance en amor a la mirada de mi amiguita. Seguramente ella coqueteó con mi nuevo amigo Alberto, Alberto Ortega, entre sollozos de placer bebedor y la desentonación de las almas inteligentes. Yo tenía toda la imaginación al servicio de mis decisiones irresponsables y, como si hubiera escrito el futuro de los demás, sonreí suavemente a una adolescente que años más adelante (años como los de ahora digamos) sería mi mujer. Porque no me equivoqué al confiarme, siempre dije que mis años veinte representarían un perfeccionamiento, ante todo físico, una superación progresiva, sobre todo en encanto personal, cuya meta se situaría en mis treinta años y mis treinta expresiones aprendidas en horas de antiguo encierro y literatura nueva.

2 comentarios:

Rafa dijo...

Qué fue de Alberto Ortega?

Rafa dijo...

Yo aún me acuerdo de aquel primer Betis-Chelsea de Recopa de Europa. La ciudad llena de voces inglesas, los partidos desde el voladizo, Luis Márquez desatado y el otro Luis (Aragonés) desmintiendo desde el pasado su gloria futura. Márquez, Cuellar, Noria, Cañas, Merino, Antonio Fernando, Ríos... Cuántas alineaciones imposibles habremos rellenado en cuadernos, márgenes de libros, folios sueltos, mesas de instituto... Aquel día perdimos, no como en ese otro partido, Betis-Chelsea, que vi en casa completamente mamado (no recuerdo porqué), gritando como nunca se ha gritado en Barcelona (ciudad que se hace en silencio) y creyendo sinceramente que Rivera era un semidiós.
La oficina se ha vaciado como todos los viernes por la tarde, y solo algunos desdichados esperamos a la medianoche para salir. Las mujeres de la limpieza pasan con un entusiasmo descriptible (ninguno) la bayeta por las mesas, los monitores, los papeles apilados... Puedo ver todo esto desde el otro lado de estas cristaleras, en un despacho que parece una morgue algo desastrada. De vez en cuando, alguien pasa a unos metros de la puerta, camino de la sala de impresoras, o una cisterna suena en la lejanía (intestinos felices). Prosa insustancial que da paso a un poema de tiempos más despreocupados:

[Santa Viernes]

Empujado hacia delante
Eché la vista hacia detrás
Un color diferente en este silencio
Una mañana como otro idioma
Algo sugerido en la media sonrisa de esa gente

Los Viernes nos previenen acerca del futuro
Evitan que pensemos en posibles días alternativos
Algo llamado perdido que siga al domingo
Y un inevitable sueño que viene tras perdido

Los Viernes son así: superiores
Confían en su poder para epatar a la audiencia
Aun cuando un sabado reuna mejores cualidades
Aun cuando un domingo apele a futbol y familia
Aun cuando hoy acepte mis aventuras contables, resignado

Y es esto simplemente: Viernes y ciclo y locura y resignación
Hoy clamo por una semana más corta (un italiano me convenció)
Por tardes de jueves y alcohol
Por noches habladas, más habladas
Por extender los días jóvenes de nuestras vidas
Por reclamar organizadamente algo más de alegría
Y por señalar en el tumulto
Algo parecido a una salida